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Mourinho y el espíritu de Juanito (Navarro)

ÁLVARO GONZÁLEZ. 03/09/2011 "Ver al Barcelona ganar todo jugando como los ángeles no es asumible ni por los señores que aún llevan sombrero y clavel en el ojal..."

MADRID. Antonio Ozores. 1989. Una de sus últimas películas, 'El Equipo Aahhgg'. Un grupo de veteranos de Vietnan -sí, con ene sale en el rótulo- viaja por el mundo en una furgoneta imponiendo la ley. El moreno se llama M-30. El álter ego de Fénix es Máximo Valverde. De Hannibal hace el propio Ozores y el primer disfraz que saca es de pavo real, ni más ni menos. Uno se dispone a tirar de la cadena en su cerebro para limpiar un poco la hipertrofia mediática evadiéndose a lo que ya no es otro país en otro tiempo, sino que directamente parece una dimensión desconocida y, de pronto, Mourinho. El personaje que interpreta Juanito Navarro es un chusquero zafio, pacato, mandón, patoso y lerdo que viene a llamarse precisamente Sargento Mouriño. Apagas el DVD, abres la ventana y le gritas a Dios: ¡Déjale en paz ya hazme el favor!

José Mourinho es toda una bicoca para los periodistas de bien. "Stalin" y "Cantinflas" le llamó John Carlin hará una semana en una columna de no más de tres párrafos. Es natural. El entrenador portugués ha llegado hasta donde está siguiendo tres pautas: trabajo, estudio e inteligencia. Tres factores con los que la probabilidad de salirse del guión es igual a uno, cosa que no agrada a los guardianes del discurso en propiedad. Claro que la probabilidad de que las críticas por lo anterior te vuelvan majareta no tiene por qué ser impepinable y en su caso, vaya, ha sido todo un blanco geométrico en plena diana. El porqué se lo dejaremos a su terapeuta, pero un repaso por su carrera deportiva basta para entender que tantos y tan diversos avatares no los encaja ni un David Vidal en sus tiempos a principios de los 80 de segundo entrenador del Cádiz, profesor, vendedor de zapatillas y contrabandista a la vez, tal y como ha confesado en el programa ‘Leyendas del fútbol' de una televisión gaditana.

De profesor también empezó Mourinho pero el arte de la guerra se lo enseñó su padre cuando era entrenador. Fútbol con valores familiares y el poder del dinero bien presente: Félix Mourinho le pedía a su hijo que estudiase a fondo a los rivales por él y si ganaban se llevaba un 10% de la prima de la plantilla. Así hizo migas con Guardiola cuando llegó a Barcelona de la mano de un Robson sustituto de lo insutituible. Pep le pedía vídeos de los rivales y los estudiaban juntos. Por eso el Noi de Santpedor dijo de él cuando se marchó del Nou Camp que dejaba el recuerdo de "un enamorado del fútbol". Todo amor. Allí le bautizaron como ‘El chico Martini' y Mourinho se pasaba el dedo por los labios en las entrevistas sonriendo con hoyuelazos propios de Slater, el de Salvados por la Campana.

Ni Pilar Rahola ha cambiado de opinión en este sentido. Hace poco justificó en TV3 aquel romance nacional: "Porque está bueno y es guapo, aquí tuvo un look espectacular". Por eso, tras perder la Copa del Rey, la apelación de Guardiola a la relación, que no amistad, puntualizó, que mantuvieron durante aquellos años, cuando le tildó de "puto jefe, puto amo" de la sala de prensa, sonó a despecho. Un reproche, un corazón roto. ¿A mí me pones a los pies de los caballos de la Brunete, a mí que he compartido contigo VHS del AIK Solna?, parecía querer decir el técnico culé.

Pero Guardiola, que puede tener formas de cura, no parece saber pensar como la Santa Madre Iglesia. Esto es, a muchos años vista. Porque Mourinho algún día abandonará el Madrid y raro será que no se mida con él en un equipo de los que te miran a los ojos en el Bernabeu. Habrá que ver cómo digiere entonces la afición blanca las tretas del portugués habida cuenta de que lo que hay aquí es más que un romance. El viernes 19 de agosto, las cámaras de Cuatro dejaron constancia de las pasiones que ha desatado el entrenador del Madrid en la ciudad. Un reportero se adentraba en el Retiro con un busto del técnico. Los peregrinos de la JMJ le recibían con un entusiasmo rayano en la hilaridad: "El Papa y Mourinho ¡los mejores!", decían fuera de sí.

SUEÑOS 'HÚMEDOS'

En Madrid este hombre no enamora, es una epifanía. Y no es casual ni inducido por los tebeos de la prensa deportiva. Ver al Barcelona ganar todo a todos siempre jugando como los ángeles no es asumible ni por los señores que aún y llevan sombrero y clavel en el ojal. La cortesía y el saber estar hace tiempo que se agotaron, ya no quedan ni raciones de ayuda humanitaria. Que Messi te marque golazos mientras vomita sobre el césped hace que el madridista, en sus sueños húmedos, sólo baraje el atentado personal. Si en esta granizada de dolor Mourinho mete un dedo en el ojo a un barcelonista del que ni se sabe el nombre, al presionar el globo ocular pulsa el Punto G de un madridismo que entra en éxtasis convencido como está por el portugués de que encima se trata de un acto de justicia. Hasta ese punto nublan la razón los sentimientos balompédicos.

Si bien lo raro, lo que de verdad es extraño, es que lo que se sumerja entre tinieblas sea el criterio deportivo de los expertos. Además de su padre, los maestros de Mourinho fueron Bobby Robson y Van Gaal, con quienes trabajó en el FC Barcelona. Él mismo reconoció que su juego tiene, en defensa, el espíritu del holandés, entrenamientos con repetición sistemática de los mismos ejercicios, forjar costumbres y mentalidad neta de equipo. Y en ataque, libertad, le inculcó Bobby. Lo que quizá explique la lacerante condescendencia con el individualismo de Cristiano Ronaldo. Pero con esta carta de presentación ganó Liga, Copa y Uefa con el Oporto. Ya estaba listo para irse a un grande, pero su amigo Robson le aconsejó que no tuviera prisa. Le dijo que con cuarenta años que tenía aún le quedaban veinte de carrera y que necesitaba acumular más experiencia. Le hizo caso ciegamente y gracias a esa decisión amarrategui, poco valiente o conservadora, como su juego, estuvo en el sitio idóneo en el momento justo. Ganó la Champions con el Oporto.

Aquel año el fútbol estaba empachado de la retórica hueca de Florentino Pérez y sus galácticos, que ganaban pero no sin desdén y juego muy mediocre en los campos menos glamorosos. El marketing y las estrellitas de relumbrón habían dejado la competitividad a cara de perro, la épica, la salsa del fútbol en un segundo plano. Aquella final entre el Oporto de Mourinho y el Mónaco de Deschamps, que eliminó a los galácticos, fue recibida por el diario El País con elogios. Estos técnicos "han rescatado el sentido colectivo del fútbol", se dijo. Nada importaba el juego duro con el que Mourinho eliminó al Deportivo de la Coruña, quien, por su parte, había humillado al Milan como pocas veces habrá ocurrido.

Irureta, técnico de los gallegos, declaró que vaya broma: su rival lloraba mientras a él le perjudicaba el árbitro. El portugués defendió al colegiado. El mejor del mundo, sentenció. Luego, vencer al Mónaco fue coser y cantar. Santiago Segurola, preboste de la literatura balompédica y las esencias onerosas de este deporte, dictó sentencia: "El fútbol ha empleado su sistema inmunológico para rechazar ciertos excesos de los últimos tiempos o, al menos, para defender cuestiones básicas que estaban desacreditadas. Parecía que el fútbol se dirigía al culto del becerro de oro (...), los clubes son grandes parques temáticos donde los aficionados sólo tienen la condición de consumidores (...), Cuando lo secundario se convierte en decisivo y lo esencial en irrelevante, hay un problema (...), pero al menos hay signos de resistencia, surgidos espontáneamente del propio fútbol (...), Ninguna pretensión comercial, un trabajo sólido en el plano futbolístico (...), sentido colectivo del juego, autoridad indiscutible de los entrenadores, Mourinho y Deschamps (...), dedicación absoluta a los viejos valores: el éxito deportivo".

No muchos años después, Mourinho eliminó al Barcelona en su casa poniendo al delantero centro Etoo de lateral y fue una vergüenza tan grande que hasta eclipsó que Valdés hiciera un placaje al técnico portugués cuando celebraba el pase. Y de las opiniones sobre sus planteamientos defensivos de esta primavera contra el Barça mejor ni hablamos. Un show colectivo éste de donde dije digo, digo Diego, del que sólo se extrae un axioma: sólo importa ganar y del lado que estás tú, del que gana o del que pierde. Y esto lo lleva diciendo Mourinho muchos años, exactamente igual que la moraleja de las películas de Ozores y Juanito Navarro, que otra cosa no, pero lecciones filosóficas tienen un rato.

 

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3 comentarios

yolanda escribió
05/09/2011 00:18

este artículo es en el fondo más de los mismo: el vomitivo duelo Madrid-Barcelona, aderezado con otro estilo pero una repetición cansina de lo que nos persigue a diario por tierra mar y aire. Variaciones sobre un mismo tema, sangonereta

sangonereta escribió
04/09/2011 16:40

este artículo es de otra galaxia yolanda, está por encima incluso del Valencia CF. buenísima referencia a Slater, Salvados por la Campana, gran vivero de perrillas como Kelly Kaposky (90210), Jessie (Showgirs) i incluso Screech haciendo porno casero, un filón.

yolanda escribió
04/09/2011 12:06

Ni una sola referencia al Valencia que le arrebató 2 ligas a la galaxia de Florentino, qué pinta este artículo en Valencia Plaza?

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